Categories
No hay quien aguante este olor a

Fin del Mundo

No creo que esto sea apocalíptico ni mucho menos. No creo en los apocalipsis. Hasta ahora nunca ha habido ninguno. Hubo la peste negra, que menuda barbaridad, hubo las Guerras Mundiales, que qué horror, y aquí seguimos. Podría argumentarse que seguimos aquí colectivamente, pero individualmente no. No sé quién quiere pensar así. Yo no.

De todos modos, un #findelmundo como Dios manda requiere la extinción o el diezmo de la raza humana, el fin de la civilización y ese tipo de cosas. No creo que vaya por ahí la cosa.

Dicho esto, tengo una imaginación muy activa, y me pregunto: ¿es ésta la escena esa que hay al principio de todas las novelas y películas y series apocalípticas en la que estás haciendo cosas normales y se va todo a freír puñetas? Porque yo creo que ahí radica la fuerza de esas escenas: que hasta que alguien se pone a vomitar sangre, o comer cerebros o vaya usted a saber qué barbaridad, está la gente pidiendo un McMenú grande o haciendo la cola del bus o devolviendo unos pantalones una talla demasiado pequeños.

El tema de la imaginación hiperactiva es que claro, te vas imaginando todo el rato que va a pasar eso. La señora esa le va a dar un bocado en la cara al guardia de seguridad. A ese señor con bigote le va a explotar la cabeza y, por si eso no fuera lo suficientemente asqueroso, nos va a contagiar a todos y ya verás cuando nos explote a nosotros la cabeza. Es que es muy fácil. El cine nos pone unas estructuras narrativas en la cabeza que ya es muy difícil quitártelas. Por eso la gente no entiende la vida, porque a la vida le da igual la estructura dramática. La vida no tiene tres actos.

Esta tarde voy a coger un avión. Qué miedo, ¿eh? Que te pasen unos langolieros, ahí. Que te bajes del avión y esté todo el mundo zombificado por el COVID-19. De momento no ha zombificado a nadie, pero quién te dice a ti. Un avión inquieta por eso, porque sabes que cuando una película empieza en un avión es que algo va a pasar y además gordo.

No creo que pase nada. Si pasa, no será mi culpa. Habrá otras doscientas personas más o menos en ese avión. En todo caso me tocará una doscientosava parte de culpa, que bueno. Con eso puedo vivir. Pero habrá más gente en más aviones, ni siquiera sería eso. No creo que pase nada, ¿verdad? Ya sería mala suerte.

El problema es que en el fondo de mi cabeza solo puedo oír una cosa: «Bueno, es que hay gente que tiene mala suerte».